Recuerdo sentado en el banco de esta plaza – una vez más – la Escuela Normal Superior del Profesorado Mariano Acosta. Allí cursé Literatura Medieval Italiana con el profesor Bergés. El libro de cabecera, entre otros, era Parnaso Italiano de Gherardo Marone: libro que estudié con particular perseverancia. En Argentina Marone desplegó una actividad colosal. Dirigió instituciones culturales italianas, trabajó en la Universidad de Buenos Aires, comenzó un complejo programa de traducciones de los clásicos castellanos: entre ellos Don Quijote. Quizá como él mismo: un hombre «noble, generosísimo y de luminoso ingenio»; así lo evocaba Giuseppe Ungaretti, uno de sus amigos.
En aquellos años vislumbré el sentido de lo literario, de la crítica, de la literatura comparada. Profesores de nivel internacional – una época mágica, una relación entrañable y utópica – guiaban nuestros pasos. Lo analizado en literatura italiana se relacionaba con la investigación de las literaturas medievales inglesa, alemana, francesa y castellana. Con los años pude conocer otros tratados, otras miradas.
El tiempo hizo lo suyo. Lejos de aquella época académica, Borges me reveló en Nueve Ensayos Dantescos, que convirtió en un estilo lectura, escritura y oralidad, donde confluyen erudición y libertad del leedor hedónico. La intertextualidad destacada por Borges brinda la posibilidad de vincular la Divina Comedia con la Odisea de Homero y el Quijote de Cervantes. Para decirlo con palabras de Italo Calvino, “los clásicos son esos libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir”.
Borges dicta dos puntos clave para leer la Divina Comedia: primero, leerla en voz alta para comprender el poderío del verso; sostiene que “el verso exige la pronunciación”. Segundo: es conveniente “el olvido de las discordias de los güelfos y los gibelinos, el olvido de la escolástica, incluso el olvido de las alusiones mitológicas y de los versos de Virgilio que Dante repite”. De otra forma: desplacemos los conflictos políticos y sociales que son mencionados en la obra; veamos el poema por cómo relata y transmite la aventura de Dante con sus personajes y círculos del infierno.
Para nuestro poeta los versos de Dante son música que despierta emociones, merecen ser leídos en voz alta. Siempre. Borges explica que esos versos admirables nos incita a recitarlos, no solo mentalmente. Nos explica que dicha obra fue un arte oral antes que uno escrito. Para entender este cambio constante en las interpretaciones, cita a dos clásicos. Una frase de la Odisea de Homero: “Los dioses tejen desventuras para los hombres para que las generaciones venideras tengan algo que cantar”. Y la de Mallarmé: “Todo, en el mundo, existe para acabar convirtiéndose en un libro”. Las dos citas apuntan a lo mismo: somos seres hechos para el arte, la poesía, el olvido y la memoria.
Siguiendo el pensamiento de Borges llegamos a comprender a Dante. El poeta florentino estaría aterrado por el simple hecho de encontrarse en el infierno; pero no porque sea cobarde. Borges plantea que este temor es fundamental para la obra con el fin de que el lector pueda creer que verdaderamente existe un infierno, y que este último es un lugar completamente aterrador. Este miedo se connota en todas las descripciones del personaje Dante y, como explica Borges, en la forma de escribir del Dante poeta: “sabemos lo que opina no por lo que dice sino por lo poético, por la entonación, por la acentuación de su lenguaje”. El autor de la Divina Comedia lo que hace es “jugar” con su escritura para generar un efecto de verosimilitud.
Dante y Virgilio están por ingresar al infierno: “Allí suspiros, llantos y altos ayes / resonaban al aire sin estrellas / y yo me eché a llorar al escucharlo. / Diversas lenguas, hórridas blasfemias / palabras de dolor, acentos de ira / roncos gritos al son de manotazos / un tumulto formaban, el cual gira / siempre en el aire eternamente oscuro / como arena al soplar el torbellino.” (Inf., III, 22-30). Lo que este fragmento nos hace ver es cómo Dante utiliza adjetivos tales como “hórridas”, “oscuro” para mostrar su miedo, intentando traducir lo que ve y oye, nos enseña – a nosotros, sus lectores – cuán horrible es el infierno. Nos hace creer que existe. Dice el autor de El Alehp: “Él se coloca ahí y está en el centro de acción. Todas las cosas no sólo son vistas por él, sino que él toma parte”. Inferimos, entonces, que el infierno, en el relato poético, es un infierno subjetivo, es decir según cómo Dante lo va sintiendo.
Dante no solamente abogó por el uso de la lengua vernácula en De vulgari eloquentia, sino que mostró su exquisito potencial lírico en los poemas y prosas de La vida nueva. Tras ello, consagró los últimos años de su vida a la composición de su Divina Comedia, legando a la entonces balbuciente literatura italiana una de las cumbres de la literatura universal.
Mencionaremos algunos datos para sintetizar su creación. Estos tópicos, reitero, fueron estudiados en el Profesorado Mariano Acosta. No menos importante que los encuentros con Beatriz fueron los lazos intelectuales con el humanista Brunetto Latini y Guido Cavalcanti. Fue Latini quien le proporcionó los modelos para obras de juventud, en las que Dante adaptó al verso italiano el Roman de la Rose. La poesía en lengua romance contaba con sólo cincuenta años de vida en Italia cuando Guinizelli y Cavalcanti – bajo el influjo un poco más lejano del pionero Guittone d´Arezzo – fundaron la escuela de los fedeli d’amore (‘fieles del amor’), inventaron la figura de la «mujer angélica» (se aunaban belleza física y pureza celestial) y plasmaron la gran poesía lírica italiana que culminaría en Dante y Petrarca. De allí surgió la imagen de Beatriz, que asumiría en la Divina Comedia dimensiones teológicas y filosóficas impensadas.
En la dedicatoria del Paraíso en la famosa carta a Cangrande della Scala (1316), Dante fijó grandiosamente los alcances de su incomparable Comedia: «El sentido de esta obra no es único, sino que puede llamársela polisémica, es decir, de muchos sentidos; en efecto, el primer sentido es el que proviene de la letra, el otro es el que se obtiene del significado a través de la letra».
En sus páginas vivimos un símbolo que nos continúa proyectando cada día. Dante trata grandes interrogantes, desde qué es lo que da sentido a nuestras vidas o cuánto control tenemos sobre nuestro propio destino. La figura de Beatriz, lo emblemático de su nombre nos predispone a la búsqueda de un amor; un humanismo pleno, el destino eterno de nuestro ser. Su representación – Bienaventurada en latín – es guía y protectora de nuestro existir, de nuestra alma. Una realidad literaria pero también una alegoría de la misericordia.
Por último. Como sabemos La Comedia (Commedia) debe su nombre a su movimiento ascensional, tal el sentido del saber medieval. El adjetivo Divina le fue agregado en la posteridad por Giovanni Boccaccio. Eligió el toscano en vez del latín, contribuyendo al nacimiento de la lengua italiana. Por su valor poético, perspectiva filosófica, belleza de imágenes y perfección de la lengua es considerada el mayor poema de la cristiandad.
Sentado en un banco de la Plaza Rodríguez Peña digo en voz alta el último verso del Infierno: “E quindi uscimmo a riveder le stelle“.
por Carlos Penelas
Buenos Aires, octubre de 2021