Guillermo V. Lascano Quintana
Hace pocos días los brasileños eligieron un nuevo presidente después de un largo, complicado y escandaloso proceso político impulsado, entre otros factores, por una descarada y generalizada corrupción, principalmente protagonizada por políticos, empresarios y sindicalistas.
Ese proceso, del que pocos están exentos de responsabilidad, por acción, omisión o indiferencia, minó principalmente a la izquierda “progresista” que, contrariando su presunta honestidad y sabiduría, demostró ser indecente e inepta.
A la corrupción se sumó el flagelo de la violencia delictual, que puso a la sociedad en guardia e imputó culpas al gobierno socialista, con razón o sin ella.
La sociedad reaccionó como reacciona cualquier ser humano cuando los ideales de honestidad y seguridad resultan tan severa e inclementemente vulnerados por sectores encumbrados de la política, las empresas y los sindicatos. Esto es: a favor de quien promete orden, seguridad, justicia y crecimiento sin delitos.
Si analizamos esta situación comparándola con la que estamos atravesando nosotros podemos sacar algunas conclusiones y enseñanzas.
Hay un factor que parece ausente en la situación brasileña que es el estado de la economía que, sin ser floreciente, es menos dramático que en nuestro pais. La tasa de inflación es menor que la nuestra; la pobreza no llega a los altos porcentajes locales; crecen poco pero más que nosotros.
Aquí la realidad local perturba el ánimo ciudadano y da pie a los sectores opositores al gobierno, en una conducta suicida, a tomarse de los efectos y no de las causas de nuestra endeble situación económica y financiera.
Esos mismos sectores opositores han sido parte del escándalo de ineptitud y latrocinio llevado a cabo por el gobierno anterior al actual y sus compinches empresarios, lo que hace que la tendencia de sus votantes tradicionales se vea menguada o al menos puesta en suspenso. Si a ello se agregan algunos aciertos del gobierno en materia de obras públicas (carreteras, cloacas, agua corriente) la balanza puede inclinarse a favor de la continuidad del actual elenco gobernante.
El descontento expresado por las constantes y repetidas manifestaciones públicas de sectores quejosos atormenta a la ciudadanía con sus reclamos estruendosos; lo que, sin embargo, se compensa, a favor del gobierno, con la incomodidad que causa a quienes resultan afectados por ello.
Tampoco ayudan los pronosticadores de catástrofes que, de buena o de mala fe, olvidan el estado de desastre en que quedó el país el 10 de diciembre de 2015 y sobre todo quienes, omitiendo en sus análisis los factores de oportunidad y posibilidad, pretenden imponer recetas teóricas como si estuvieran en un centro de estudios en vez de un país poblado de gente.
Finalmente, volviendo a la reacción de hartazgo y repudio del viejo régimen brasileño, infectado de corrupción e ineptitud, la ciudadanía argentina parece tener similar actitud con relación al pasado gobierno, a pesar de los cantos de sirena que entonan los opositores y las desafortunadas intromisiones de sectores ajenos a la política.
Todo lo dicho en nada implica analizar la situación brasileña a partir del resultado de las elecciones, ni emitir juicios sobre ello.