Estamos asistiendo al asalto al poder por el kirchnerismo nuclear -Cristina y La Cámpora- que hasta ahora viene arrastrando al resto del peronismo.
“Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; pero de lo que se trata es de transformarlo”. La conocida frase del joven y voluntarioso Marx hoy me interpela.
Muchas veces escribí sobre los problemas profundos de la Argentina y las inmensas dificultades políticas, para solucionarlos. En esa cuerda, otros sumaron toques de desaliento y desesperación: “contra el destino nadie la talla”, parecen decirnos.
El pesimismo de la razón está bien, hasta cierto punto; pero hoy necesitamos optimismo del corazón, para hacer lo mucho o poco que es posible hacer.
Estamos en víspera de unas elecciones con dos rasgos claros: no se compite por el gobierno, pero a la vez son decisivas. ¿Por qué? En mi opinión, estamos asistiendo al asalto al poder por el kirchnerismo nuclear -Cristina y La Cámpora-, que hasta ahora viene arrastrando al resto del peronismo. Han ajustado la puntería en varios puntos neurálgicos y ya están en pleno asalto de la Justicia.
Para completar esos avances hoy necesitan mayorías parlamentarias. En muchos casos, pasados y recientes, lograr esa mayoría ocasional bastó para transformar una democracia en “democradura”. Esto puede ocurrir en octubre, si Cristina y la Cámpora logran el control del Congreso.
Por otro lado, se trata de elecciones parlamentarias, que facilitan las coaliciones electorales. Si hay acuerdo en que es dramáticamente urgente poner un tope a avance de Cristina y la Cámpora, parece clara la necesidad de un frente electoral, postergando sin culpa las diferencias.
Es el ejemplo que siempre nos dio el peronismo, que tiene mucho que enseñar acerca de cómo conquistar y conservar el poder. En los momentos decisivos fueron todos juntos: el Frente Justicialista de Liberación en 1973, el Frente de la Victoria con Néstor Kirchner, y el Frente de Todos actual, que hizo de las diferencias una virtud y un valor electoral.
¿Quiénes podrán integrar esa coalición? Ciertamente, en el mediano plazo cualquier salida para el país deberá incluir a una buena parte del peronismo, hoy arrinconado por la Cámpora. Es la gran tarea para después de las elecciones. Pero con vistas a julio y octubre no se puede esperar a que eso ocurra. La única alternativa es expandir Juntos por el Cambio. ¿Está ocurriendo eso? No lo se. Pero lo que veo no me tranquiliza.
Algo importante es que sus integrantes siguen juntos, más allá de sus fuertes discusiones tácticas. Pero la táctica arrasadora del kirchnerismo nuclear sigue galvanizando a los opositores. Si el amor es dudoso, el espanto es claro.
Su activo más importante está en un sector ciudadano llamativamente movilizado. El 41% logrado en 2019, que podría haberse disuelto, parece reaparecer, con igual energía en las recientes movilizaciones contra los avances gubernamentales autoritarios.
Una ciudadanía vigilante y fervorosa es una buena base. Que adquiera forma política es algo muy distinto. Hay que trabajar. Juntos por el Cambio debe hacer varias cosas, todas urgentes, todas difíciles. Debe hacerlo con decisión y sobre todo con precisión.
Para mantener la coalición habrá que reconsiderar los equilibrios actuales y los liderazgos. Pero, sobre todo, hay que ampliarla y flexibilizarla, a partir de los puntos mínimos de acuerdo. Los mismos que en 2020 posibilitaron las multitudinarias y heterogéneas movilizaciones.
Hay muchos dirigentes que podrían sumarse: López Murphy, Stolbizer, los liberales doctrinarios, los peronistas definidamente disidentes. También hay que atraer a quienes en 2015 apostaron por el camino intermedio de Lavagna o por un Alberto Fernández que nunca existió.
En la ocasión, muchos aspiran a competir por su cuenta. Es algo comprensible, y usualmente es positivo, pero en este momento resultaría desastroso.
La negociación debe ser entre iguales. Algo hay que aprender de lo hecho mal. Ninguno debe ser descartado; todos debe ser bien recibidos, con generosidad, dejando de lado las diferencias -bien conocidas-, pensando en los mínimos comunes y dando a cada uno su lugar.
¿Para qué? Es la gran pregunta. Está claro que el objetivo principal, es frenar a Cristina e impedir el desbarranque que ya está a las puertas. Hoy el problema no es el peronismo o el anti peronismo, sino Cristina Kirchner y La Cámpora. La diferencia es muy importante. Pero eso, aunque obvio, no suele alcanzar para entusiasmar al electorado. Una campaña tiene que ser propositiva.
Seguramente la coalición ofrecerá un gobierno que respete las instituciones republicanas y las libertades personales; un gobierno ordenado y decente, que evite el precipicio. Todo eso es necesario, pero insuficiente.
El gran problema es poder asociar lo que globalmente puede llamarse “republicanismo” con una fuerte dosis de sensibilidad social. Hay que mostrar que un gobierno republicano puede ser más eficaz que uno autoritario en el manejo de los problemas populares.
No se trata de argumentar que con el republicanismo se come, se educa o se cura, sino que los republicanos, además, tienen propuestas mejores para cada una de esas necesidades. Es difícil, pero allí se juega una buena parte del destino electoral de la coalición.
La otra parte consiste en ganar el corazón y la imaginación del electorado. Donde hoy domina el “relato”, tiene que salirle al cruce otra narrativa de la Argentina. Que articule un pasado compartido por todos los convocados y un futuro proyectado. Que convenza y conmueva.
Ampliar el frente, dar forma a un programa, construir una narrativa. Todo está por hacer. Todo es muy difícil. Todo es imprescindible.
por Luis Alberto Romero
Lunes, 18 de enero de 2021