Los tratados de libre comercio, son imprescindibles en una Argentina que necesita terminar con su crónica decadencia. El del Mercosur y la Unión Europea (UE-Mercosur) podría significar el inicio de la integración de la Argentina al mundo, hecho insoslayable para superar la mediocridad a la que intereses corporativos la han sometido durante décadas. También facilitará la difícil tarea de recuperar la confianza luego de tantos desatinos del pasado, plagados de defaults e incumplimientos contractuales. Al integrarnos al mundo, en el marco de una política de comercio exterior adecuada, será el mercado global el que establezca precios de referencia, calidades y estándares tecnológicos, no las corporaciones vernáculas -empresas, sindicatos y políticos- que sistemáticamente han impuesto a la sociedad productos caros, de baja calidad y tecnología obsoleta, al amparo del populismo y sus disparatadas consignas, entre las que destaco “vivir con lo nuestro”.
Tenemos una de las economías más cerradas del mundo, ergo, baja productividad por falta de competencia. Si a este componente del costo le agregamos los impuestos confiscatorios que impone un gasto público sin techo, donde ni la emisión ni el endeudamiento alcanzan, tenemos los sobrecostos que las empresas trasladan a los precios que terminamos pagando todos. El TLC M-UE comprende solo una parte del mercado global al que debemos apuntar, cuyo vector de crecimiento en un futuro cercano estará en los principales países de la cuenca del Pacífico. El acceso a esos mercados requiere un largo y complejo proceso para alcanzar la competitividad necesaria. Hoy estamos lejos de tenerla, al haber priorizado durante años una economía cerrada con un mercado cautivo y pequeño, castigando con impuestos a los exportadores.
Nuestros productos y servicios, si los desarrollamos de acuerdo con su potencialidad, son excedentarios para la minúscula población argentina que significa el 0,8% de la mundial en un territorio que, con sus 2,8 millones de km2, es el 8º del mundo y que atesora recursos naturales de escala y calidad internacionales. Contamos con actividades competitivas, como la agropecuaria, de las más eficientes del mundo; las economías regionales con productos de excelencia, y una industria del conocimiento incursionando con éxito en los principales mercados mundiales. Pero también tenemos inmensos recursos subexplotados en los campos de la energía, la minería y el turismo.
Esto indica que deberíamos reorientar nuestra economía apuntando a una matriz de exportación con valor agregado. Pero una transformación de esa naturaleza requiere, primero, un cambio cultural en nuestro país que subordine los intereses corporativos al interés general y abandone falsas consignas como soberanía, activos y servicios estratégicos, empresa de bandera y otras zonceras que solo han servido para justificar un Estado intervencionista, una industria prebendaria y un capitalismo de amigos, hechos incompatibles con la competitividad requerida por el comercio internacional. El Gobierno viene adoptando medidas concretas en pos de ese objetivo, pero, por ser un proyecto de país de largo aliento, su factibilidad dependerá de que sus sucesores, a fin de este año o en 2023, y los próximos por venir le den continuidad.
De los recursos subexplotados, el shale gas es clave para iniciar esa transformación y la necesaria generación de divisas que una apertura demanda. Nuestro shale gas es el segundo en magnitud del mundo y excede ampliamente el consumo local y regional proyectado para los próximos 40 años. Por otro lado, la demanda mundial de gas en las próximas décadas será explosiva por ser el combustible de la transición hacia un mundo con cero combustión fósil, acontecimiento que sucederá antes de que finalice este siglo, según los pronósticos internacionales más serios. Vaca Muerta (VM) es el mayor yacimiento de shale gas del país, al contener más del 53% del total registrado en su territorio, y hoy ya aporta cerca del 40% de la producción total de gas del país, con solo el 4% del yacimiento en actividad.
En el objetivo de exportar los excedentes de gas, China, la India y Asia Pacífico son el target al que nuestro país debería apuntar. No solo por la potencial demanda de su demografía y desarrollo económico, sino también porque necesitarán reducir su emisión de CO2, gas de efecto invernadero producto de la combustión masiva del principal recurso energético, el carbón. La elevada emisión de CO2 en esos países le quita competitividad a su producción exportable debido a las restricciones que los mercados le impondrán ante una huella de carbono fuera de estándares. Por eso, China ya inició el proceso de sustitución de carbón por gas natural, el hidrocarburo menos contaminante y de menor emisión de CO2.
La suma de estos factores asegurará para las próximas décadas de transición una demanda mundial de gas extraordinaria que permitirá, aunque accedamos solo a una pequeña porción de esta, el desarrollo pleno del gas de VM y de las otras “vacas muertas” del país, hasta el fin de la era del petróleo. Ante este escenario, sería recomendable iniciar negociaciones de país a país con China, con quien ya tenemos acuerdos energéticos, a fin de lograr una demanda significativa de gas que traccione toda la cadena de valor, que se inicia en el yacimiento y concluye en el puerto de destino con la entrega del gas como gas natural licuado. Conformarnos solo con los mercados local y regional tendrá un costo cercano a los 300.000 millones de dólares por el gas solo de VM, que quedaría bajo tierra sin valor en la próxima era energética con un mundo electrificado y más responsable por la salud y el medio ambiente, abastecido por las energías renovables, el hidrógeno y la fusión nuclear.
Pero al igual que con el proyecto de apertura e integración al mundo, el desarrollo de VM requiere políticas de Estado que establezcan reglas de juego a respetar por lo menos durante los próximos diez gobiernos, tiempo requerido por las cuantiosas inversiones en juego. El gobierno actual logró resolver buena parte de los graves problemas energéticos heredados y restablecer su marco jurídico, lo que permitió recuperar la confianza de los inversores que el kirchnerismo había destruido con su irracional política energética. También normalizó los servicios de gas y electricidad y produjo una corriente inversora inédita en energías renovables e hidrocarburos no convencionales, generando saldos exportables que terminaron con los abultados déficits de la balanza comercial.
Pero con las PASO el kirchnerismo ha aumentado su probabilidad de volver al gobierno, generando, al igual que en el resto de la economía, un clima de incertidumbre que paraliza al sector y desalienta proyectos futuros. Sería muy oportuno que el candidato presidencial del kirchnerismo dijera sin ambages que en caso de ganar no volverá el populismo energético, que es intervencionista, arbitrario y, en muchos casos, ilegal, y que provocó la descapitalización y el colapso del sector después de 12 años de vigencia. Tal actitud por parte del candidato de la principal fuerza opositora no tiene costo electoral, sería inocua en las urnas, pero favorecería significativamente el necesario clima de inversión requerido por el sector de la energía, en particular a Vaca Muerta y su enorme potencial exportador.
por Emilio J. Apud
Ingeniero, exsecretario de Energía y director de YPF